Adrianistán

El blog de Adrián Arroyo


Polvo

- Adrián Arroyo Calle

“Polvo eres y en polvo te convertirás” pensaba Félix. Y lo cierto es que en ese momento estaba hecho polvo.  Su trabajo era estresante. ¡Fax! ¿Habéis hablado con los inversores japoneses? ¡Rápido, que se acaba el plazo de entrega! ¡Fotocópiame este dossier! ¡Lleva a las niñas a la fotocopiadora! Espera, espera, ¿por qué tenía que llevar a las niñas a la fotocopiadora? Estaba delirando de nuevo. Una visita rutinaria a la máquina de café le despertaría momentáneamente.



¡Pero si no hay café! Me han traído una máquina de chucherías. ¿Qué clase broma es esta? Si tiene hasta condones, como si fuese a echar un polvo aquí en la oficina. El disgusto de Félix era tal que fue a hablar con su jefe. Un asunto que él consideraba de máxima prioridad. ¡Voy a ir al jefe a hablarle de este asunto, es de vital importancia tener una máquina de café! Al llegar al despacho descubrió que sí que había gente en la oficina que usaba los condones. Fingió no haber visto nada y fue a la planta de arriba. Quizá allí tendrían néctar negro.

Al subir se encontró con Emma. Era la típica persona superficial e interesada. Ella fue quien le dijo que no cobraría paga extra en navidad por su baja productividad. Esta vez, y por primera vez en mucho tiempo, dijo algo interesante para Félix. Arriba han quitado la máquina de café. ¿Por qué lo primero que me ha dicho al verme es sobre el café? ¿Está insinuando que no hago nada más que tomar café? Instintivamente le propinó un golpe a Emma que la dejó inconsciente en el suelo. ¡Cómo puede pensar que soy un cafeinómano! ¡Y como se atrevió a decirme que mis niñas estarían mejor sin su padre! ¡Por fin muerde el polvo! Al poco tiempo recapacitó. ¡Dios! ¿Qué he hecho? ¿La habré matado? Tenía tanto miedo que no se paró a comprobarlo. Miremos el lado positivo, nadie me ha visto. Podría hacer pasar que fue un accidente. ¿Pero y si cuando recupera la consciencia me acusa a mí? ¿Y si me despiden? ¡Perderé todo lo que tengo!

Ahora Félix no quería perder los faxes, los gritos y el estrés. En cierta parte empezó a sentir nostalgia. Son parte de mí. Si me despiden, ¿qué seré? ¡Tengo derecho a quedarme con mis problemas! Tengo que deshacerme de ella sin levantar sospechas. Entró en una sala vacía con cuidado de que nadie le viese. Dentro de la sala repleta de polvo, destacaba una máquina de café. Esa máquina no tenía polvo, ¡era la que estaba antes en su planta!

Se apresuró a acabar con lo que quedaba de Emma. Cortó. Descuartizó. Aplastó. Ya no era él. Pero hacía mucho tiempo que ya no era él. Se empezó a dar cuenta que el cuerpo muerto de Emma sangraba y podía delatarle. Una bombilla se le iluminó y decidió escurrir la sangre en el tanque de la máquina de café.



A la mañana siguiente volvió a aparecer la máquina de café. Al parecer había habido quejas. Como todos los días fue a por su café. Tenía un tono más rojo que de costumbre, pero estaba delicioso. Un compañero le comentó a Félix que Emma había desaparecido sin dejar rastro. Seguramente no andará muy lejos. Miró el café, sonrió y siguió trabajando. De todos modos nadie distingue el polvo en el viento y Emma ha volado.

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